Parte III: Fundamentos de la idea de progreso
"Nadie puede usar la palabra progreso si no tiene un credo definido y un férreo código moral… Porque la misma palabra "progreso" indica una dirección; y en el mismo momento en que, por poco que sea, dudamos respecto a la dirección, pasamos a dudar en el mismo grado del progreso." Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) Escritor británico.
Si bien la idea de progreso puede considerarse tan vetusta como la historia de la humanidad, el nacimiento de la idea occidental racional de Progreso puede ubicarse a mediados del siglo XVIII, enmarcada dentro del desarrollo de la Ilustración y de la sociedad burguesa, unida a una comprensión del devenir temporal y de la historia que supera la noción ofrecida por el cristianismo y se encuentra sustentada en la razón. El ideal cristiano del logro de felicidad futura en la vida eterna desaparece de la conciencia de la modernidad racional, pero se mantiene la esperanza de un futuro feliz indeterminado pero de progreso lineal e ilimitado, de allí su indeterminación.
Por supuesto, en todo Occidente, desde los griegos, existió la concepción de progreso, la noción de tránsito de la barbarie hacia la civilización, de crecimiento espiritual, científico y/o económico. Pero no fue sino entre los siglos XVII y XVIII que se desarrollaron muchos de los elementos noveles que configuran la confianza o fe en el progreso: la noción de que los individuos tienden inevitablemente a buscar su propia mejora, la confianza en que el progreso es un proceso insoslayable, la seguridad de que el mundo occidental y contemporáneo es mejor y mucho más avanzado que las sociedades previas -al menos desde el punto de vista científico e industrial-, y el arraigo de esa noción de progreso compartida por copiosos grupos sociales de influencia. Así, renombrados pensadores europeos fundaron los cimientos para la argumentación de la noción de progreso del siglo XVIII, al asegurar que el conocimiento, la ciencia y sus aplicaciones avanzan en forma ilimitada y requerida. Pensadores como Turgot y Condorcet en Francia, Adam Smith en Inglaterra, y Kant en Alemania, entre otros, continuaron desarrollando estas ideas. Se desarrolla así una completa filosofía, a partir de la verificación del progreso de la ciencia y de la búsqueda del bienestar, que asegura que en la sociedad existen los mecanismos que dan garantía del triunfo del progreso.
El vocablo progreso, entonces, involucra elementos diversos: el avance de la ciencia, la tecnología y el conocimiento en general, la sociedad industrializada, el dominio técnico de la naturaleza, la urbanización, la evolución social representada por los avances de la Europa decimonónica como civilización ideal que entraña el progresivo advenimiento de una sociedad capitalista, el progreso en el mundo animal y vegetal y, también, en lo que se refiere al ser humano, la idea de la perfectibilidad de la humanidad, donde dicha idea de progreso como categoría clave decimonónica, implica la existencia de un sentido de mejora en la condición humana de forma lineal, insoslayable e irreversible. Así los ideales filosóficos de la historia de escritores como Turgot, Voltaire y Condorcet, se basaron en esta idea de progreso indefinido de la humanidad. Algunas de las más importantes visiones de la historia que se presentaban optimistas y confiaban en el progreso social fueron los análisis de Condorcet sobre la inteligibilidad de las diversas fases del progreso de la humanidad, o el positivismo evolucionista de Augusto Comte. De hecho el positivismo ubica la idea de progreso en el pináculo del pensamiento occidental. El ser humano sería concebido como perfectible, capaz de desarrollarse indefinidamente mediante una correcta educación, mediante su capacidad de raciocinio. Así, a partir del siglo XIX, la concepción del progreso, como secularización de la gracia divina, se relacionó con el desarrollo de la razón humana en un proceso indefinido de perfectibilidad infinita, tal como las potencialidades infinitas de esa razón.
Según desarrolla Nisbet en su texto sobre la historia de ideal de progreso, ésta posee un conjunto de elementos fundamentales, todos compuestos de una carga de, digamos, confianza en o fe en, que definen a la noción de progreso a lo largo de su desarrollo histórico:
Fe en la importancia del pasado.
Seguridad de que la civilización occidental es superior a todas.
Aceptación de la importancia del crecimiento económico y de los adelantos tecnológicos.
Fe en la razón y en la ciencia.
Fe en la gran relevancia intrínseca de la vida en el universo.
De acuerdo al ideal de progreso, incluso aquellos mecanismos que pueden considerarse frenos al progreso tales como el mal, la lucha entre los seres humanos, la competencia en el área económica, los conflictos entre culturas, las catástrofes naturales, etc., forman parte de los mecanismos que finalmente producirán un resultado cónsono para el progreso. Y por ello, los promotores del progreso –y sus críticos- también comprendieron y señalaron sus contradicciones.
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