Este es un relato ficticio de tipo histórico que realicé enmarcándolo en un tiempo y hechos históricos reales.
La travesía de un invento
Cosiendo la
felicidad
En
el norte de la Italia de finales del siglo XVIII –una Italia caracterizada por
el dominio extranjero en su territorio- nació un joven aristócrata de nombre Enrico M., quien -en esa edad donde aún
no se ha definido el carácter, los dieciocho años- en el año de 1790 vivía una
vida relajada con el dinero producto de una considerable fortuna heredada de
sus difuntos padres. Si bien este joven se sintió tocado por las ideas de
libertad, igualdad y fraternidad profesadas por la revolución francesa
recientemente ocurrida, ello no hizo mella en sus deseos de, como joven que
era, disfrutar de la vida buscando el disfrute máximo, esto es, la anhelada
felicidad. Así, siendo que contaba con los medios necesarios, el joven Enrico M. se dedicó a viajar por toda
Europa conociendo las ciudades más destacadas de la geografía europea. De esta
manera, conoció París –la cual visitó en los años previos a la revolución-, Berlín,
Flandes, Ámsterdam, Viena, Madrid, Londres, entre otras.
Como
resultado de sus viajes y de su vida licenciosa y lujosa, el joven Enrico M. se quedó sin dinero, no halló
la felicidad buscada y tuvo que volver a su ciudad natal, Brescia, donde hubo
de buscar ayuda económica de parte de familiares para poder continuar con su
vida, ya no de la forma en que la había conducido hasta el momento. Sus tíos en
la ciudad de Milán, lo enviaron con su primo Francesco J., quien se encontraba en América, en una colonia
española, Venezuela, donde fungía como oficial del gobierno español, puesto que
Francesco J. se educó en la España monárquica
y colonizadora. Partió entonces el joven
Enrico M. hacia América –a finales de
1795, cuando ya comenzaban en Venezuela a forjarse los ideales libertarios que
se vieron completados finalmente en 1821 con la Batalla de Carabobo- y llegó en
enero de 1796 al puerto de La Guaira, donde fue recibido por su primo y se
dirigieron a la ciudad de Caracas. Al llegar, ya tarde en la noche, a la casa
donde vivía el primo, en el centro de la ciudad de Caracas, conversaron los dos
jóvenes sobre su vida hasta ahora y sus expectativas futuras. Le contó el joven
Francesco J. de la situación en la
colonia y de cómo su trabajo le permitía llevar una vida digna y cómoda, y que
estaba pronto a desposar a una joven blanca criolla de familia honorable; por
otro lado, le explica a su primo Enrico
M. que dado que éste no dominaba la lengua castellana y no tenía una
educación finalizada de niveles superiores, le sería dificultoso encontrarle una
actividad a realizar dentro de la sociedad colonial venezolana. Respecto a
esto, Enrico M. le hace saber a su
primo lo poco maduro que había sido hasta ahora en su vida, y cómo derrochó una
fortuna que tanto le costó a sus padres forjarla para heredársela, y que, a lo
largo de los días pasados en el viaje hacia América, había meditado mucho
respecto a lo importante en la vida y por ello estaba pensando en darle un
vuelco radical a su vida y estaba considerando la posibilidad de dedicarse a la
vida religiosa de manera de poder llevar una vida más útil y poder así ayudarse
a sí mismo y ayudar a los demás desde la esfera religiosa, por lo que esperaba volver
a su país natal y allí entrar a un seminario. Su primo lo encomió por su
resolución, sin embargo, le dijo que era una decisión que debía tomar no sólo
al calor de una emotividad temporal, que debía realmente determinar si su
vocación estaba en la vida religiosa. Terminaron
la conversación y se dirigieron a dormir.
Pasaron varios días, y, a lo largo
de ellos, el joven Enrico M. estuvo
conociendo las costumbres y cultura de la ciudad de Caracas, un valle hermoso, di gente carina y di molta educazione –según
decía el joven italiano-, donde cada día resultaba una oportunidad de disfrutar
la belleza de la vida. Conoció a la prometida de su primo Teresa P., hermosa joven de
espíritu afable que vivía a pocas esquinas de la casa de su primo. La joven
había sido educada en las mejores escuelas de Europa, y hablaba además del
castellano materno, inglés, francés e italiano, por lo que podía conversar
prolijamente con el joven visitante, y ayudarle un poco a manejarse con el
castellano en su estadía en Venezuela.
La
casa de Teresa P. era una casa amplia
y muy lujosa, donde vivía la destacada familia de la sociedad colonial venezolana,
los P. de la S. Habitaban la casa la
joven prometida, sus padres, su hermano menor que era un oficial de la milicia
venezolana, una joven parda, descendiente de antiguos amigos de la familia que
se encargaba de trabajar para la familia en la labor de reparación de uniformes
y trajes de los militares y del clero, pues la manufactura y reparación de dichos
trajes era uno de los variados negocios a los que se dedicaba la familia, y además
contaban con tres sirvientes que realizaban las distintas labores del hogar.
Los primos italianos visitaban en las tardes la casa de la joven mantuana
próxima a desposarse, y así Enrico M.
quien se convirtió en un buen amigo de la joven Teresa P., llegó a conocer a todos los habitantes de la lujosa
casa, y desarrolló un especial interés por la joven parda, Ana I., quien -pese a sus años mozos- rigurosamente realizaba la
pronta reparación de los trajes enviados por la milicia y el clero y mostraba
una dedicación ejemplar en su labor. Las jóvenes Ana I. y Teresa P. eran
muy unidas, ya que eran contemporáneas en edad y habían vivido en la misma casa
en su infancia y luego a partir del retorno de Teresa P. de sus estudios en el viejo continente. Le contó Teresa P. a Enrico M. que Ana I.
había perdido a muy corta edad a sus padres, quienes había sido unos fieles amigos
y colaboradores de su familia y que Ana
I. quedó así a cargo de la familia; para sentirse útil y merecedora del
sustento recibido, después de cierta edad, Ana
I. tomó la resolución de realizar una labor para la familia, y la
reparación de trajes fue la más idónea que consideró la familia para la joven. Por
ello aprendió Ana I. la labor de la
costura, que le permitía realizar un muy
buen trabajo, por lo demás rentable, para la familia. Y si bien, los P. de la S. trataban de que el trabajo fuese lo menos forzoso para
la joven, después de llevar más de seis años remendando trajes, sus manos
estaban deterioradas con algunas callosidades productos del uso de la aguja.
Estos detalles se los comentaba Teresa P.
al joven visitante quien los escuchaba atentamente y llegó así a interesarse por
el caso de la joven Ana. I. De hecho,
por esa conversación recordó Enrico M.
que en uno de sus viajes por Inglaterra supo de la patente de una máquina para coser,
por parte de un amigo suyo y de su familia, el ebanista e inventor inglés Thomas S., a quien el italiano visitó durante
uno de sus viajes.
Así,
entre las tardes de tertulias y de paseos entre los jóvenes enamorados, el
resto la familia P. de la S., el
visitante Enrico M., y la eventual participación de la joven Ana. I., pasaron los días y llegó el día
de la boda de los comprometidos, la cual se realizó con toda la pompa que
correspondía a la alcurnia de la familia que la realizaba. Para la boda vinieron
los familiares de Francesco J., con
lo que aprovecho el joven italiano Enrico
M. para poner fin a su visita y retornar con sus tíos a su patria. Si bien el
joven visitante no tenía aún claro su deseo de dedicarse a la vida religiosa,
resolvió volver a Italia, entre otras cosas, para poner en marcha la
posibilidad de un negocio a realizar en conjunto con la familia P. de la S., ya que le comentó al padre
de Teresa P. sobre el invento del equipo
de coser de su amigo inglés, y el señor P. de la S. se interesó con la posibilidad
de poder importar dicho equipo para ser utilizado tanto por Ana I. y, en general, para mejorar la
producción en el negocio de manufactura de trajes y uniformes.
Partió
Enrico M. para Italia con sus familiares
y al llegar a su patria escribió a su amigo Thomas
S. para informarle que próximamente lo estaría visitando para conversar
respecto a su invento para coser. Cuando recibió la correspondencia de
respuesta de su amigo, agradeciéndole por el interés en su invento e
invitándolo a visitarlo a la brevedad posible, partió el joven con rumbo a
Inglaterra, con la finalidad de conocer más acerca del invento de su amigo
inglés. Llegó a Londres a finales de octubre de 1796, y se encontró con el
inventor, quién lo recibió con gran alegría tanto por la visita amistosa como por
la posibilidad de poder llevar a cabo la producción exitosa de su invento, el
cual comentó Thomas S. había tenido
un inicio no muy fructífero, ya que se construyó una reproducción del invento
del inglés pero no funcionó según lo indicaba la teoría. No obstante, el
visionario inglés tenía mucha confianza en su investigación y consideraba que
el intento de construcción fallido fue debido a una mala interpretación por
parte de los constructores de una parte de lo definido por su patente.
Explicó
Thomas S. a Enrico M. que su máquina de coser constituía un dispositivo mecánico
que permitiría -tal como lo hace el cosido a mano- unir tejidos usando hilo;
los tipos de tejidos que soportaría su máquina según lo especificado en su
patente eran piel y tela, y se podrían utilizar uno, dos y tres hilos, y así de
acuerdo al número de hilos utilizados definir lo fuerte del cosido. Para el
caso de la piel, por ser un material más duro, se utilizarían tres hilos. Uno
de los fallos del prototipo creado que no funcionó, según le indicó Thomas S. a
su amigo italiano fue que se manejaba un solo hilo y además, el mecanismo
mecánico de poleas que se construyó no correspondía estrictamente al
especificado en los dibujos de su patente, pues los ingenieros que lo implementaron
no entendieron correctamente el entramado de poleas definido y no lo aclararon
por completo con el inventor, quien, por no contar con capital en el proyecto,
fue relegado a un segundo plano una vez le pagaron los costos de su patente. Desafortunadamente,
al fallar el prototipo, los interesados en el invento desistieron del mismo y
se perdió esa oportunidad de hacerlo operativo, pues incluso en el caso de que
hubiese algún elemento adicional a adecuar a su patente para hacer el invento
operativo, consideraba el inventor inglés que él estaba en la posibilidad de
determinarlo al momento, aunque en definitiva pensaba que sin adecuación alguna
su invento debía funcionar si su reproducción física en un prototipo se
realizaba de manera estricta según lo definido en su patente.
Con el bagaje de información
recibida por parte del inventor inglés, Enrico
M. escribió una carta al señor P. de
la S., dándole los detalles del estado del invento y de un estimado de lo
requerido en términos económicos para su exitosa conclusión. Recibió Enrico M. pronta respuesta a su carta,
donde P. de la S. le manifestaba su
total acuerdo con la puesta en marcha de la construcción del prototipo y de la
potestad del inventor inglés en el proceso de la construcción, de manera que éste
llevase las riendas del desarrollo para no cometer los errores del prototipo
inicial y así asegurarse del éxito del proyecto. El joven italiano colaboraría
con su amigo inglés y establecería los contactos con el socio venezolano.
Dado
que Thomas S. tenía a la mayor parte
de su familia y amigos en los Estados Unidos de Norteamérica, le pareció
acertada la posibilidad de llevarse su patente a América, y así poder allí
construir su prototipo con colegas ingleses residenciados en Estados Unidos, y
además se reducía la distancia con su aliado de negocios, el señor P. de la S. en Caracas, Venezuela. Esta opción fue aprobada por los involucrados,
de tal manera que partieron hacia los Estados Unidos de América el inventor inglés y su amigo
italiano, para poner a punto todo lo necesario y comenzar a la brevedad posible
con el desarrollo del proyecto. El capital económico lo aportaba en su
totalidad el señor P. de la S., quien
tendría todos los derechos de uso y distribución del producto desarrollado, al
menos en lo que a América se refería.
Ya en Estados Unidos, Thomas S. hizo contacto con sus colegas
inmigrantes para involucrarlos en el proyecto. Tres amigos mecánicos se unieron
al desarrollo del prototipo, se adquirieron todos los materiales requeridos y
durante el proceso el ayudante italiano proveyó –solicitándolo al inversor
venezolano- todo lo necesario e incluso colaboró en la construcción, y el
inventor inglés dio todos los detalles y los pasos a seguir durante el proceso
de desarrollo del prototipo. Pasados dos meses desde el arribo a Estados
Unidos, después de un arduo trabajo de todos los participantes, se finalizó un
prototipo que fue probado, grosso modo, por los creadores del mismo, y según
sus pruebas funcionó correctamente. Faltaba probar la practicidad del invento
para el usuario final, por lo que fue llevado a Caracas para ser probado por un
costurero de la familia P. de la S.
En Caracas, el prototipo del equipo de
coser fue llevado por Enrico M. y el
inventor inglés a la casa de los P. de la
S. para ser probado por la costurera de la familia Ana I., quien al ver tan sofisticado equipo pensó no poder
manipularlo, pero al recibir las instrucciones de su uso, indicadas por Enrico M. en un español relativamente
fluido –pues se interesó por aprender el idioma de sus amigos americanos- la
joven costurera quedó maravillada al observar como podía tan fácilmente -sin
necesidad de utilizar manualmente una aguja, hilo y alfileres- coser una sotana
de cura, un traje de gala militar e incluso unas botas de militar. Para
asegurar la practicidad del invento fue probado por un usuario no especialista
en costura, Teresa P., la esposa del
primo de Enrico M. quien consideró el
equipo también fácil y práctico de usar. Resultó todo un éxito el prototipo y brindaron
los P. de la S. en compañía del
inventor Thomas S., Enrico M. y Francesco J. por el logro alcanzado y por el futuro próspero en el
desarrollo de negocios con el equipo creado.
Enrico
M. aprovechó la visita a Caracas para agradecer en su español auto-aprendido
a la joven Ana I., ya que ella fue su
inspiración para interesarse el desarrollo del equipo de coser creado, pues quería
que sus delicadas manos no sufrieran más los estragos de la costura manual. Ana I. se sintió halagada y agradecida
por el gesto de Enrico M. y le
expresó su agradecimiento en italiano, según le enseñó Teresa P.: Le ringrazio anche
io. Así los dos jóvenes se demostraron su afecto y agradecimiento mutuo y
vislumbraron un futuro promisorio para todos.
Conversando con su primo, el joven Enrico M. supo que la joven Ana I. le había tomado mucho afecto, el
cual él correspondía, por lo que había desistido de tomar el camino religioso y
esperaba poder establecer una relación con la joven venezolana y formar una
familia. Y así lo hizo, Enrico M.
desposó a Ana I., en mayo de 1798. El
éxito del desarrollo de la máquina para coser permitió a los P. de la S. prosperar en su negocio de
manufactura de trajes y dio a Ana I.
la posibilidad de forjar su negocio propio junto a su esposo italiano, creando
una empresa independiente de reparación de trajes de todo tipo, siendo los P. de la S. sus clientes principales
pues los trajes militares y clericales eran enviados al taller de Ana I., al cual se llamó Costuras Marco Polo y estaba localizado
en la casa de los esposos M. a una
cuadra de la casa de los P. de la S.
Ana I. y Enrico M.
tuvieron dos hijos, Ana María y Jesús Ángel. Enrico M. fue un feliz, devoto y
ejemplar hombre, padre y esposo hasta su muerte en 1814, como otro de los mártires
no criollos, caído en una de las tantas batallas de la guerra revolucionaria de
independencia de Venezuela libradas por el ejército patriota contra el tirano
Boves.
Al
finalizar la guerra de independencia, Ana
I. y sus hijos se mudaron fuera de Caracas, a los valles de Aragua, fundando
la Hacienda Marco Polo donde continuaron
con el negocio de la costura, mudando su taller para allí y llamándolo Diseños Enrico M. en honor a su esposo. Ahora
se incluía el término Diseños en el
nombre del taller pues además de reparar trajes, se realizaban confecciones
propias. Como negocio familiar, Diseños Enrico
M. continuó operativo hasta mediados del siglo XX, cuando ya el auge
petrolero y el avance tecnológico dio otros derroteros de negocio a los
descendientes de los esposos italo-venezolanos,
esposos que, junto a la familia P. de la
S. y al inventor inglés Thomas S. llevaron
prosperidad a sus hogares y a muchos hogares de América y forjaron el camino de
la costura en América con la invención de la primera máquina de coser operativa
y de uso práctico creada por el inglés Thomas
S. Hay en la Hacienda Marco Polo
un pequeño museo en honor a los progresos de la costura en América en el cual se
honra a sus primeros promotores, y donde se explica que la máquina de coser
tradicional -más allá de unas cuantas mejoras ergonómicas- continúa
construyéndose con las características de la patente inglesa de 1790, del
inventor Thomas S., quien pudo
construir su invento con la colaboración del italiano Enrico M. y el financiamiento del venezolano Andrés P. de la S.
photo credit: Oneris Rico via photopin cc
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