Aunque la escuela de los Anales para 1988 –en un editorial
de su revista- no considera en crisis a la historia en sí, sino que da cuentas
de una crisis general en las ciencias sociales, en los paradigmas utilizados y
en la falta de interdisciplinariedad entre las distintas ciencias sociales,
para el caso de la historia la considera con vitalidad en una crisis menor que
las demás ciencias, con algunas trabas como la mencionada falta de
interdisciplinariedad y a las fallas en las técnicas utilizadas; esta defensa
de la historia posiblemente sea para ocultar la evidencia para la época de la
decadencia de los modelos teóricos de la historia que se desarrollaron entre
1960 y 1970 y evitar que la historia fuese desplazada por otras disciplinas que
le exigían aquélla otros derroteros de investigación.
Entre los años
60’s y 70’s del siglo XX los historiadores siguen el ejemplo de las otras
disciplinas abordando nuevos temas y de formas diversas que antes no se
consideraban y teniendo en cuenta a las demás ciencias sociales (como la
lingüística, sociología, etnología), adentrándose en derroteros como los
utillajes mentales en la así llamada historia de las mentalidades con técnicas
como el análisis lingüístico, los métodos estadísticos de la sociología o
modelos antropológicos y manteniendo los mecanismos utilizados y perfeccionados
a la sazón por la historia, como el análisis cuantitativo de fuentes seriales y
masivas, la preferencia por las mayorías, la larga duración, entre otras.
La
historia de las mentalidades mezcla aportes de las demás ciencias sociales a los
mecanismos utilizados en la historia social. Pero ya para finales de los 80’s
como se menciona es cuestionado el desarrollo de las demás ciencias,
cuestionando la colectividad y favoreciendo lo individual, retomando lo
político que se rechazó en el pasado sobre todo por ser hegemónico en los
estudios históricos. Para Chartier, los problemas de la historia se deben más
que a la crisis global de las demás ciencias, a haber roto radicalmente con las
herramientas de estudio de la historia utilizados previamente (como el estudio
de lo político y de lo individual). La historia global, la delimitación del
espacio estudiado y la consideración de las divisiones sociales al abordar una
investigación histórica se habían abandonado por ser cuestionados, lo cual obró
en detrimento del desarrollo de los estudios históricos.
Chartier se dedica al análisis histórico de los libros y se
plantea ver cómo los escritos impresos influenciaron las formas de sociabilidad
y en sus estudios diferencia entre el mundo de los textos y el mundo
del lector y analiza el punto de encuentro de ambos mundos, considerando el
texto no sólo en su contenido, sino incluso en la forma de su presentación y
las formas de uso de los textos (por ejemplo si se lee en voz alta, sentado,
acostado, etc.), lo que pueden dar cuenta de elementos como, por ejemplo, la
forma de leer entre los distintos estratos sociales y las representaciones
dadas por los distintos lectores.
También propone Chartier desligar la considerada obligada
dependencia de las costumbres culturales al estrato social y más aún evitar
definir las diferencias culturales sólo dependientes del estrato social pues se
puede desligar, por ejemplo, la presencia de un texto en un estrato social por
la dependencia definida forzosamente. Más bien se debe investigar que es lo que
hay en los distintos estratos sin sesgar lo que pueda existir. En este sentido
se invierte el modo de análisis de una historia social de la cultura a una
historia cultural de lo social.
Chartier especifica que el libro en
su forma material, es el objeto real y al cual se le ha representado como el
texto en sí mismo, que es lo que produce el escritor, el libro final
materializado no es en definitiva creado por el escritor, es creado por la
imprenta. Texto, libro y lectura constituyen el campo de trabajo en la
investigación de la historia de los libros y que permiten ejemplificar el
análisis diverso de las diferencias sociales y las prácticas culturales,
buscando eliminar la división establecida entre la objetividad de las estructuras
(basada en estudio de mayorías) y la subjetividad de las representaciones
(basada en estudio de minorías) a través del manejo de las divisiones de la
organización social bajo la forma de representaciones colectivas, categoría
manejada por Mauss y Durkheim, la cual resulta más idónea que la noción
mentalidad para articular tres modalidades de la relación con el mundo social,
a saber:
“el trabajo de clasificación y desglose que produce las
configuraciones intelectuales múltiples por las cuales la realidad está
contradictoriamente construida por los distintos grupos que componen una
sociedad” [2],
“las prácticas que tienden a hacer reconocer una identidad social, a exhibir
una manera propia de ser en el mundo”[3] y “las formas institucionalizadas y
objetivadas gracias a las cuales los “representantes” (instancias colectivas o
individuos singulares) marcan en forma visible y perpetuada la existencia del
grupo, de la comunidad o de la clase”[4],
Considerando que la construcción de las identidades sociales puede darse tanto
por la imposición de las clases dominantes, como por el acuerdo producto de la
representación que cada grupo hace de sí mismo, pudiendo reconocerse a sí mismo
a partir de una exhibición de unidad. En el análisis de las sociedades del
Antiguo Régimen el estudio de la noción de representación resulta pertinente
pues las representaciones eran manejadas por esa sociedad, por ejemplo el paño
mortuorio que en los funerales representaba al difunto; en ese sentido una
representación es algo que viene a sustituir a lo representado (signo y cosa
significada), y que al alguien verlo sabe que se refiere a lo representado y
entonces trae lo representado a la memoria por medio de la representación
(debido a la existencia de convenciones que rigen la relación del signo con la
cosa).
Incluso la representación en el Antiguo Régimen venía a sustituir al
hecho real, así aunque la representación fuese falsa era considerada como real,
así refiere Pascal que dado que, por ejemplo, los médicos no tenían el verdadero arte de curar, debían utilizar
toda la parafernalia de vestimenta representativa para conseguir ser creíbles,
pues la representación se asociaba con la realidad. La representación en el
Antiguo Régimen da cuentas de la jerarquización de la estructura social en sí.
La presentación o forma material de
los textos y los textos en sí en el Antiguo Régimen se organizan a partir de
una representación de la diferenciación
social, pero en un proceso dinámico que permite su acceso por públicos diversos
y que también genera cambios porque los grupos quieren diferenciarse cada vez
más.
También hay que tener en cuenta los
cambios que se dan a lo largo del tiempo en las estructuras y ejercicio del
poder y la influencia de dichos cambios en el desarrollo de las prácticas culturales.
Realizado por: Pérez, Mery
Realizado por: Pérez, Mery
[1] Roger Chartier. El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural. Barcelona.
Gedisa Editorial, 2005. pp 45-62.
[2] Chartier. Op. cit. p. 56-57
[3] Chartier. Op. cit. p. 57
photo credit: Leo Reynolds globe via photopin (license)
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