Evangelización en Hispanoamérica y la Corona española
La tarea de evangelización
encomendada por la Iglesia Católica a los conquistadores en América, vino a ser
un reflejo más del espíritu de cruzada contra el infiel que se dio en la España
medieval, en su lucha contra los musulmanes, hasta su pleno triunfo con la
reconquista de Granada, que se dio simultáneo con el descubrimiento de América
en 1492, abriéndose en el nuevo territorio descubierto un vastísimo campo de
acción misionera.
La Corona obtuvo privilegios[1]
para determinar las autoridades eclesiásticas en América, mediante una unión de
colaboración con la Iglesia, donde el Papa delegaba su autoridad religiosa en
el rey de España,, y, por otro lado, para dirimir diatribas como, por ejemplo,
las relativas a la legitimidad de la Conquista y el trato a los indígenas,
convocaba asambleas de letrados, teólogos y juristas que se encargaran de definir
jurídicamente lo necesario para la validación del proceso de conquista siempre
con el matiz religioso de la tarea de evangelización. No obstante, que se fundamentaba en la Iglesia para
sustentar sus procesos, la Corona española siempre evitó cualquier injerencia
directa de la Iglesia en los asuntos temporales de la Corona[2],
mas bien buscó siempre ejercer control sobre los asuntos eclesiásticos de
índole administrativo. El control ejercido por la Corona española fue sin
parangón y superó el nivel de la sola definición de las investiduras
eclesiásticas en América: “La corona de Castilla asumió
el control de la vida de la Iglesia en un grado desconocido en Europa (excepto
en la recién conquistada Granada). La política eclesiástica se convirtió en un
aspecto más de la política colonial, coordinada a partir de 1524 por el Consejo
de Indias” (Bethell,1990:186)
Ordenes religiosas y mendicantes[3]
como los dominicos, franciscanos, agustinos y jesuitas fueron a América como
misioneros a predicar el evangelio a los aborígenes encontrados en el nuevo
territorio.
Los religiosos buscaron separar a
los indígenas de los españoles conquistadores para no contaminar a los indios
con las prácticas de los españoles[4] y
también para evitar contaminar la fe cristina con las prácticas paganas de los
indígenas. Así se esperaba que el indígena se convirtiese al cristianismo y
abandonase todos sus ídolos y prácticas, y de hecho así lo hacían muchos de los
indígenas: “los frailes...[les decían] que lo primero que habían de traer
toda la idolatría e insignias del demonio para quemar; y de esta manera también
dieron y trajeron mucha cantidad”(Motolinía,197X:87). No obstante, en definitiva, se generaron sincretismos entre las prácticas paganas de los indígenas con
los de la confesión católica.
La
evangelización fue realizada en sus inicios por pocos misioneros en una gran
extensión geográfica y en un lapso corto de tiempo. Este proceso de
evangelización se logró por el apoyo oficial de la Corona española[5],
la dedicación altamente cualificada de los evangelizadores y el método
misionero, y aunque se le dio un carácter impositivo a la conversión de los
aborígenes de América, se logró mantener las tradiciones y culturas de las
pueblos aborígenes americanos, pues los misioneros pioneros en América, actuaron con
respeto y amor hacia el indígena, y defendieron tenazmente sus derechos y sus
costumbres, al menos las que no chocasen con la fe. Luego, las ordenes
mendicantes pioneras fueron sustituidas por la llamada evangelización
criolla, de mucha menor calidad y que poco a poco fue mermando el proceso de
conquista espiritual, toda vez que “España envió a las Indias un número cada vez mayor de funcionarios y
menor de religiosos; ... Fue pues necesario reclutar criollos en el lugar, que
compartían los prejuicios de su casta con respecto a los indios”(Lafayete,1970:205)
La Iglesia y la corona española
mantuvieron una estrecha relación en la época de conquista y colonización
americana. La Corona tuvo una influencia decisiva, aunque no del todo invasiva, al menos
en lo que a la doctrina se refiere, en el proceso de evangelización en América,
comenzando porque fue quien financió dicho proceso en sus inicios y por largo
tiempo[6], y
tuvo privilegios completos administrativos sobre la Iglesia en América. Así, “la Iglesia americana se convirtió en una iglesia nacional, que vivía
dentro de la órbita no del Papado sino del Consejo de Indias, y estaba unida a
Roma por vínculos muy débiles. El episcopado americano se destacó siempre por
su fidelidad al rey, y a través de su influencia espiritual y moral, la Iglesia
se convirtió en el agente más poderoso para mantener el dominio de los reyes
españoles sobre sus distantes y dilatadas posesiones trasatlánticas”(Haring,1966:188)
BIBLIOGRAFÍA
COSULTADA
BENNASAR, Bartolomé. La América española y la
América portuguesa Siglos XVI-XVIII. Madrid. Akal Editor. 1980. pp. 280
HARING, Clarence. Capítulo Décimo. La Iglesia en América. En: HARING,
Clarence. El imperio hispánico en América. Buenos Aires. Solar/Hachetta.
1966. pp. 185-214.
LAFAYETE, Jacques. Los conquistadores. México. Siglo
XXI Editores. 1970.
pp. 242.
MAHN-LOT, Marianne. Una aproximación histórica a la conquista de
América española. Barcelona. Ediciones Oikos-Tau, S.A. 1977. pp. 133.
MOTOLINIA, Bernardino. Memoriales. México. UNAM. 197X.
[1] Estos privilegios se dieron a través del
llamado Real Patronato concedido en 1518, donde la Iglesia y la Corona se unían
para lograr objetivos comunes, así “América reflejó la unión indisoluble del
altar y el trono que se apoyaban mutuamente. La Iglesia defendía la sanción
divina de los reyes”(Haring,1966:185). Dichos privilegios correspondían en
principio, a la parte administrativa de la Iglesia, no a lo referente a la
doctrina y práctica religiosa y se llamó regalismo a ese fuerte control por
parte de la Corona de los asuntos administrativos de la Iglesia, que llegó a
tal punto que “aun asuntos de reforma eclesiástica fueron sujetos finalmente
a la autoridad de la Corona” (Haring,1966:188)
[2] Incluso en lo referente a la administración de
la Iglesia, también la Corona se mostró adversa a la intervención de la
Iglesia, así, “Fernando e Isabel, a
pesar de su firme catolicismo, se mostraban siempre muy recelosos de las
influencia papales o extranjeras en el gobierno de la Iglesia en España”
(Haring,1966:185)
[3] La posibilidad de ir y permanecer en América
de las ordenes religiosas y demás representantes de la Iglesia también fue
potestad de la Corona española, ya que “dadas las tendencias absolutistas
del gobierno, el resultado fue un extraordinario acrecentamiento de facultades
de toda índole, no sólo en materias de investiduras, sino en todo lo relacionado
con el gobierno eclesiástico. Por ley, ningún clérigo podía ir a las Indias sin
permiso especial de la Corona”(Haring,1966:187) Así, cuando consideraron a
los jesuitas como no favorables a la Corona, los expulsaron en 1767 de América
y también de España y demas dominios de España: “Los regalistas reformadores
ilustrados veían a los jesuitas como el obstáculo para una más completa
confirmación del poder estatal sobre la Iglesia” (Bethell,1990:204). E
incluso la Corona convocó concilios para erradicar las doctrinas jesuitas
en la Iglesia.
[4] Se llamaron reducciones a las agrupaciones de
indígenas, las cuales eran “la concentración de indios en aglomeraciones
organizadas, estables y accesibles, a fin de facilitar a la vez la
cristianización y la administración” (Bennassar,1980:176)
[5] De hecho, la necesidad de apoyo financiero
para lograr la evangelización en América fue uno de los factores que determinó
el alto grado de sujeción de la Iglesia a la Corona española, pues sin su
apoyo, difícilmente la Iglesia hubiese profundizado en la evangelización en
América.
[6] Con el tiempo, la Iglesia fue adquiriendo posesiones por medio de las donaciones de los fieles y posiblemente tuvo mayor libertad económica respecto de la Corona.
[6] Con el tiempo, la Iglesia fue adquiriendo posesiones por medio de las donaciones de los fieles y posiblemente tuvo mayor libertad económica respecto de la Corona.
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photo credit: Catedrales e Iglesias via photopin cc
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