La ignorancia no es bendición
El lugar era una colmena de dolor. Todos comentaban la duro de la tragedia y lo joven que era Ariel. -Apenas
comenzaba a vivir… ¡Estaba tan llena de vida! –eran palabras constantes en las conversaciones del
aciago lugar.
Sí, estaba tan llena de vida. Pero ahora yacía inerte en ese
lúgubre féretro donde la vida no tiene lugar. A partir de ese día su presencia,
sus emociones, las vivencias que se tuvieron con la joven y bella Ariel sólo
quedarían en la memoria de aquellos que las vivieron con ella.
Su madre Adela lloraba totalmente desconsolada. Era una madre soltera que vivía
para su hija. Sabía que lo sucedido no era su culpa… “O quizá sí”, pensó. Desde hacía meses su hija se había
tornado arisca y poco comunicativa. Ella lo atribuyó a los cambios propios de
la adolescencia. Una compañera de trabajo le comentó sobre unos amigos poco
comunes y peligrosos con los que había visto a Ariel, pero ella no le dio
importancia y en cierto modo lo negó, diciendo que eran sólo habladurías de la
gente. Que Ariel era madura para su edad y por eso buscaba la compañía de
personas mayores y más centradas. Pero ahora se reprochaba de cuán equivocada
estaba. Pensó: “Sí, dicen que la ignorancia es bendición, pero no lo es, pues aunque es más fácil negar las cosas que enterarse
de ellas, ¡qué caro se paga!”.
Ahora su hija se había ido por caer en el terrible flagelo
de las drogas, que se lleva a tantos jóvenes a diario alrededor del mundo. Sí, ese del que le advirtieron… Ese que ella negó. Desafortunadamente, no le quedaba más que resignarse -si acaso eso era posible- a lo
sucedido a su hija, nada fácil, una quimera. Tristemente, ya por su amada Ariel no podía hacer nada. Su hija había partido a la eternidad con apenas dieciséis años, sin conocer aún los grandes misterios de la vida... O quizá conociéndolos de la peor forma. Pero Adela pensó que en lo
sucesivo dedicaría su vida a la causa de la comunicación, a la lucha por la juventud. Porque hay que hablar
con los hijos, conversar siempre con ellos, escucharlos, ayudarlos e incluso confrontarlos con amor y nunca cegarse a la realidad, porque puede hacerse tarde.
NOTA:
Este relato participa en el Concurso "FRASELETREANDO" propuesto en la comunidad ALMAS DE BIBLIOTECAS Y CINES en Google
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