"Realmente el amor es una cosa maravillosa: es más precioso que las esmeraldas y más caro que los finos ópalos. Perlas y granates no pueden pagarle porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor, ni pesarlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro" En: "El ruiseñor y la rosa" del escritor y poeta irlandés Oscar Wilde (1854-1900).
El
ruiseñor y la rosa es un cuento que me
sorprendió mucho cuando lo leí por primera vez hace ya bastante tiempo, porque
en un transcurso de lectura tan corto y dramático a la vez, se da tan gran
lección de cómo se idealiza el amor y también como se le banaliza, se le condiciona y se le
otorga tan poca importancia. Dos formas de ver el amor contrastantes y que
desafortunadamente ocurre muy a menudo en la vida, hay quien lo da todo por el
amor y hay quien no da nada por éste. Y también da cuentas de cómo paralelamente se
experimentan sentimientos totalmente diferentes con respecto a una misma
situación.
Para
algunos el amor es un gran ideal por el que vale la pena darlo todo, sufrir e
incluso morir como lo hizo el ruiseñor, en su caso para lograr que se
materializara el amor entre dos jóvenes. Dos jóvenes que de forma tan fácil y
rápida desmeritan el sacrificio hecho por el ruiseñor y descartan el amor por
ser una tontería, siendo mejor dedicarse a disfrutar de las joyas, los lujos y de la filosofía.
A continuación les dejo el texto de dicho cuento de Oscar Wilde, tomado desde la Biblioteca Cervantes Virtual en http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-ruisenor-y-la-rosa-y-otros-cuentos-poemas-en-prosa--0/html/ff0cedbe-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.HTML
El ruiseñor
y la rosa
-Ha dicho
que bailaría conmigo si le llevaba unas rosas rojas -se lamentaba el joven
estudiante-, pero no hay en todo mi jardín una sola rosa roja.
-¡Ah, de qué
cosa más insignificante depende la felicidad! He leído todo cuanto han escrito
los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y tengo que ver mi vida
destrozada por falta de una rosa roja.
-He aquí por
fin el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches,
aun sin conocerle; todas las noches repito su historia a las estrellas, y ahora
le veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como
la rosa que desea; pero la pasión ha tornado su rostro pálido como el marfil y
la pena le ha marcado en la frente con su sello.
-El príncipe
da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi adorada
asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el
amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos. Reclinará su
cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en
mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará caso ninguno. No se
fiará en mí para nada y mi corazón se desgarrará.
-He aquí el
verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que
es alegría para mí, para él es pena. Realmente el amor es una cosa maravillosa:
es más precioso que las esmeraldas y más caro que los finos ópalos. Perlas y
granates no pueden pagarle porque no se halla expuesto en el mercado. No puede
uno comprarlo al vendedor, ni pesarlo en una balanza para adquirirlo a peso de
oro.
-Los músicos
estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de
cuerdas y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan
vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres
atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará porque no tengo rosas
rojas que darle.
Pero el
ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció
silencioso en la encina, reflexionando en el misterio del amor.
En el centro
del parterre se levantaba un hermoso rosal, y al verle voló hacia él y se posó
sobre una ramita.
-Mis rosas
son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la
nieve en la montaña. Pero ve en busca del hermano mío que crece alrededor del
viejo reloj de sol y quizá él te dé lo que pides.
-Mis rosas
son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que
se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece
en los prados, antes de que llegue el segador con su hoz. Pero ve en busca de
mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante y quizá él te dé
lo que pides.
-Mis rosas
son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que
los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el
invierno ha helado mis venas, las heladas han marchitado mis botones, el
huracán ha partido mis ramas, y no tendré ya rosas en todo este año.
-No necesito
más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún
medio para que yo la consiga?
-Si
necesitas una rosa roja -dijo el rosal-, tienes que hacerla con notas de
música, al claro de luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón.
Cantarás para mí, con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante
toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida
correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.
-La muerte
es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor- y todo el mundo ama
la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de
oro y a la luna en su carro de perlas. Dulce es el olor de los nobles espinos.
Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren
la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de
un pájaro comparado con el de un hombre?
Entonces
desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una
sombra y como una sombra cruzó el bosque.
El joven
estudiante permanecía tendido sobre el césped, allí donde el ruiseñor le dejó,
y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.
-Sed feliz
-le gritó el ruiseñor-, sed feliz; tendréis vuestra rosa roja. La crearé con
notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio
corazón. Lo único que os pido en cambio es que seáis un verdadero enamorado,
porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta lo sea. Y más fuerte
que el poder, aunque éste también lo sea. Sus alas son color de fuego y su
cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su aliento es como
el incienso.
El
estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo
comprender lo que le decía el ruiseñor, pues únicamente sabía las cosas que
están escritas en los libros.
Pero la
encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñorcito que
había construido el nido en sus ramas.
Entonces el
ruiseñor cantó para la encina; y su voz era como el agua reidora de una fuente
argentina.
Al terminar
su canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuadernito de
notas y su lápiz de bolsillo.
-El ruiseñor
-se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable,
¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas, todo
estilo sin nada de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que
en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no
puede negarse que su voz tiene notas muy bellas. ¡Qué lástima que todo eso no
tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!
Y cuando la
luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra
las espinas.
Y toda la
noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas; y la fría luna de cristal
se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó
durante toda la noche y las espinas penetraron cada vez más en su pecho y la
sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio
cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha; y
sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras
pétalo, canción tras canción.
Primero era
pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana
y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que
florecía sobre la rama más alta del rosal, parecía la sombra de una rosa en un
espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
-Apriétate
más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté
terminada. Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto
fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un
hombre y de una virgen.
Y un
delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la
cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las
espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la
rosa seguía blanco; porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el
corazón de una rosa.
-Apriétate
más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté
terminada. Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las
espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de
dolor.
Cuanto más
acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor
sublimizado por la muerte, el amor que no acaba en la tumba.
Y la rosa
maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los
pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz
del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se
extendió sobre sus ojos.
Entonces su
canto tuvo un último fulgor. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se
detuvo en el cielo.
La rosa roja
le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío de la
mañana. El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando
de sus sueños a los rebaños dormidos.
Pero el
ruiseñor no respondió: yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón
traspasado de espinas.
-¡Qué
extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto una rosa
semejante en toda mi vida. Es tan bella, que estoy seguro de que debe tener en
latín un nombre enrevesado.
La hija del
profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con
un perrito echado a sus pies.
-Dijisteis
que bailaríais conmigo si os traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He
aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderéis cerca de vuestro
corazón, y cuando bailemos juntos, ella os dirá lo mucho que os amo.
-Temo que
esta rosa no se armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino
del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad y ya se sabe que las joyas
cuestan más que las flores.
-¡Ingrato!
-dijo la joven-. Os diré que os portáis como un grosero, y después de todo,
¿qué sois? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que podáis tener nunca hebillas
de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.
Y
levantándose de su silla, se metió en su casa. -¡Qué bobería es el amor! -se
decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la Lógica,
porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace
creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y
como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía
y al estudio de la metafísica.
Y dicho
esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento
y se puso a leer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario