Por: Khalil Gibran
En: Lágrimas y Sonrisas
Primera Parte
La fuerza de la caridad siembra en lo profundo de mi corazón, y yo recojo el cereal para los hambrientos.
Mi alma impregna de vida a los viñedos: exprimo los racimos y doy su jugo a los sedientos.
El cielo es mi lámpara de aceite y yo la coloco en mi ventana para iluminar el camino del viajero a través de la oscuridad.
Hago todo esto porque vivo en ellas; y si el destino atara mis manos impidiéndome hacer todo esto, entonces la muerte sería mi único deseo. Porque soy poeta, y si no puedo dar, me niego a recibir.
La humanidad se enfurece como la tempestad, pero yo suspiro en silencio porque sé que la tormenta se aleja y el suspiro se eleva hasta Dios.
Los seres humanos se aferran a las cosas mundanales, pero yo busco permanentemente abrazar la antorcha del amor para purificarme con su fuego y aleja la inhumanidad de mi corazón.
Las cosas materiales mutilan al hombre sin que éste padezca; el amor le devuelve la vida con vivificantes dolores. Los humanos están divididos en diferentes clanes y tribus, y pertenecen a países y ciudades. Pero yo soy extranjero en todas esas comunidades y no soy de ningún lugar. El universo es mi país y la familia humana mi tribu.
Los hombres son débiles, y es triste que estén separados. El mundo es estrecho y no es sensato dividirlo en reinados, imperios y provincias.
Los seres humanos sólo se unen para destruir los templos del alma, y entrelazan las manos para construir edificios para los cuerpos de este mundo. Estoy sólo escuchando la voz de la esperanza, que desde lo profundo de mi ser me dice:
"Así como el amor vivifica el corazón del hombre no sin dolor, la ignorancia le enseña el camino del saber."
El dolor y la ignorancia conducen a la dicha plena y a la sabiduría porque el Ser Supremo no ha creado nada en vano bajo el sol.
Créditos:
photo credit: Planet Maker 3D via photopin (license)
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