"La muerte sólo será triste para los que no han pensado en ella." François Fénelon (06/08/1651- 07/01/1715). Escritor, poeta y teólogo francés.
El nuevo negocio
El
fantasma de Ignacio comenzó a rondar la casa de los Mordoc una lúgubre tarde de
otoño, un domingo, el mismo día en el que se quitó la vida. De eso ya habían
transcurrido cuatro años. Si viviera, Ignacio
tendría dieciséis años, igual que Adelita Mordoc, quien pronto los cumpliría y
la familia lo celebraría por todo lo alto.
En
vida, Ignacio parecía un jovencito muy normal y tranquilo, pero por dentro la alegría
nunca lo había acompañado y vivía un torbellino de dolor y tristeza que le hacían
la vida insoportable. Era algo incomprensible porque fue un niño que contó
con una agradable familia que le proveyó amor y
todo lo que necesitaba. Pero por alguna extraña e inexplicable razón,
Ignacio en sus cortos doce años nunca se sintió feliz.
Y
fue en casa de los Mordoc donde Ignacio encontró la muerte y, paradójicamente,
también la felicidad.
Los
Mordoc habían creado una franquicia nada convencional y muy lucrativa: “La
fábrica de suicidios”, porque al parecer muchos en la comunidad sufrían el mal
que tenía Ignacio, la incapacidad de sentirse felices y querían
solucionarlo pronto. Ese nicho de mercado lo descubrieron los Mordoc en su
trabajo como médicos, ya que se registraron sucesivos intentos fallidos de
suicidios en el hospital, incluso reiterados de la misma persona. Así que los
Mordoc tuvieron esa idea innovadora para crear un negocio exitoso y así ayudar
a los suicidas a tener éxito.
Ignacio
fue uno más de los clientes de “La fábrica de suicidios”, pues a sus escasos años se refugió en esa
solución para salir de su miseria y quien quitaba, hallar la felicidad. Y sí la
halló, pero no por la muerte en sí misma, sino por a quien lo condujo.
Los
proveedores le dieron a Ignacio el producto infalible, cianuro, por lo que su
muerte fue fulminante. Y fue el primer cliente
juvenil y además el único, porque, en
cierto modo, los Mordoc aprendieron la lección y no “ayudaron” a ningún otro
jovencito a morir, una vez constataron la presencia inmediata del pequeño fantasma en la casa. Su presencia fue ineludible, y lo que más preocupó a la familia
Mordoc fue la cercanía que se generó entre el joven fantasma y Adelita, su
querida hija.
Fue una hermosa amistad que se convirtió en
amor con el pasar del tiempo. Adelita e Ignacio, aunque se hallaban en planos
físicos distintos, crecieron a la par y se convirtieron en inseparables. Tanto fue
así, que Adelita decidió que en su cumpleaños dieciséis, ese que sus padres
celebrarían con gran pompa, ella se quitaría la vida para poder pasar la
eternidad con su amado Ignacio. Y así lo hizo, celebró por todo lo alto su
cumpleaños y cuando se despidió para ir a dormir esa noche, lo hizo sabiendo
que dormiría para siempre a la vida terrenal. Ingirió el producto que había
hecho tan próspero el negocio de la familia y partió al encuentro de Ignacio.
-
¡Oh, al
fin juntos! –suspiró Adelita mientras abrazaba a su amado.
-
Así es
–asintió Ignacio, algo dubitativo, pues pese a ser muy feliz con Adelita a su
lado, no sabía si era lo mejor para ella, pero él haría todo para que así lo
fuera.
Después de la aciaga pérdida física de su hija
por el negocio de la muerte, los Mordoc decidieron acabar con la lucrativa
empresa.
Extrañamente,
al unirse en el más allá con Adelita, Ignacio no apareció de nuevo por la casa.
Y Adelita jamás lo hizo, pese a que sus padres lo deseaban tanto para, al
menos, poder verla una vez más.
NOTA: Este relato participa en el Concurso de relatos "DEL MÁS ALLÁ" propuesto por los administradores del blog El Círculo de Escritores
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